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Preguntale al algoritmo

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Hay quienes dicen que en las escuelas avanza un huracán de demandas de informatización. Que pareciera que nada como el algoritmo para dar con los problemas, para dar con las soluciones.

Casi sin advertirlo, más que por las señales de un cuerpo cansado, el tiempo de maestrxs es absorbido en planilleos informatizadxs que se acopla a una precarización laboral creciente. Lo que antes era impensable comienza a elucubrarse en algunas mentes; ¿y si se virtualiza la escuela ? ¿ y si los educadores pudieran emularse en figuras virtuales?

Un tal Santiago Bilinkis, emprendedor tecnólogo, se enciende con la idea. Scrolleando en Instagram escucho una entrevista que le hace Agustina Kampfer . “¿Será posible que podamos sostener un vínculo amoroso con alguien que no exista?”. “Desde ya, si te enamorás de una imagen qué importa si no existe. Lo que parezca real será real. La inteligencia artificial no tiene límites, ya están entregando premios de pintura y literatura a quienes no nacieron”.

El tecnólogo avanza entusiasmado. “Estamos asistiendo a la emulación de personas. Hay  plataformas que generan rostros que nunca existieron y no podés creer que eso que estamos viendo no sea una foto. Lo que sigue es animarla. Generar experiencias irreales fidedignas, esa es la tendencia. Objetos reales en mundos virtuales y objetos virtuales en el mundo real. Llegará un momento en que la pregunta por la existencia no tenga ningún valor”.

Anders Gunther en la Obsolescencia del hombre[2] nos alerta sobre una  “novedosa ahistoricidad” renovada cada mañana, en la que la humanidad se desliza hacia delante sin parar, en una mera sucesión inadvertida de momentos que nos hace incapaces de mirar hacia atrás, como el Ángel de la Historia del cuadro de Klee. Ni tampoco hacia adelante, pues no podemos desatendernos del instante presente”.[3]

Un profesor de Mendoza percibe el fenómeno en términos disciplinantes. “Nos quieren disciplinar” comenta mientras viajamos hacia el aeropuerto , luego de dos jornadas intensas de trabajo con docentes de la provincia.

Le doy vueltas a esta idea de disciplinamiento….

Recuerdo que a los 12 años mi padre entró a mi habitación y me dijo “tomá…leela, mientras estiraba su brazo que sostenía un pesado libro con hojas amarillentas”. Se trataba de Así se templó el acero de Nikolai Ostrovski. La novela narra la vida de Pavka Korchaguin quien abandona la escuela para ir a trabajar y posteriormente vuelca su férrea voluntad a la causa revolucionaria en la Rusia de octubre del 17.

Evocaciones nebulosas de una educación familiar gestando los gérmenes de una moral que enaltecía la lucha, la voluntad y la épica. Del otro lado la escuela, con su ojo vigilante y su moral pedagógica inoculando el virus de una disciplina conservadora. Se trataba de moldear el carácter, propósito complejo que sólo podía realizarse bajo la promesa de un futuro alentador. El proyecto social, más allá de su índole, se sostenía en el largo plazo y en una ingeniería sofisticada de operatorias pedagógicas. La subjetividad disciplinada, ya sea en aras de la transformación social o de su conservación no arrastraba el agobio de la existencia. La voluntad, la vida comunitaria, el horizonte de futuro y la fe eran su alimento.

Sospecho que no es la disciplina, tal como la conocimos, la que opera sobre nuestras vidas.

Hoy nos invade el cansancio, los automatismos, la disgregación y es la máquina nuestro “interlocutor”. Pero sobre todo la sensación aplastante de un “presente” que lo toma todo. La transformación ya llegó -observa Gunter Anders – en el devenir máquina del humano; una maquinización que saquea la experiencia de hacer mundo

Una compañera de trabajo me envía este link.  este: https://www.argentina.gob.ar/educacion/evaluacion-e-informacion-educativa/sistema-integral-de-informacion-digital-educativa-sinide. Hago click y comienzo a sentir una pesadez innombrable. Leo: SINIDEI. Sistema integral de información digital educativa. Y más abajo:  “tiene como objetivo principal la normalización de estudiantes de la totalidad del sistema educativo en sus diversas modalidades”. Vistosos cuadraditos orientan al usuario. Cada uno indica su contenido: “trabajo más ágil, información nominal, nuevos datos e indicadores, información confidencial”.

Intento avanzar en la lectura de cada nodo, confieso mi impotencia antes que mi desagrado o rechazo a sus enunciados. Es la clave escritural con la que no puedo. Para estar ahí necesito apagar mi aparato sensorial, tanto como la puesta en abismo. Un solo camino o varios, que son uno. Precisión denotativa, transparencia comunicativa. Un plano, un sentido. La muerte de los trazados laberínticos. Perderse no es una posibilidad. Ni luces ni sombras, y menos aún imaginaciones disparatadas y arbitrarias.[4]

Moldear la existencia, finalidad de la disciplina. ¿De qué se trata la maquinaria que opera bajo la presunción del fin de lo humano, de una humanidad para la cual lo indefinible ya no es su terreno. Franco Berardi en la Fenomenología del fin se pregunta ¿estamos perdiendo la capacidad para detectar lo indetectable, para leer signos invisibles y para sentir las señales de sufrimiento y placer de lxs otrxs?. La conjunción de cuerpos, las proximidades sensoriales pierden relieve frente a la conectividad entre máquinas, fragmentos sintácticos, segmentos de información.

Arriesgo, la disciplina cedió paso a una inanición por goteo. En concreto la sacralización algorítmica aplaca el erotismo que sólo vive del ahuecamiento y el velamiento de las cosas; apaga el ímpetu de la energía pensante dado que la cuadrícula ya lo sabe todo y asiste al instante, nos separa de lxs otrxs tan ocupados en sus dispositivos como cualquiera y barre la complejidad bajo la presunción de interferencias.

¿Qué no puede el algoritmo?. Habitar lo incomunicable. Ahí me detengo

Comunicado 1: Recordamos que el objetivo del Relevamiento, asociado a la Comunicación Conjunta 1/12, es Contar con insumos que nos permitan, a partir de la producción de datos sistematizados, conocer aspectos de las realidades locales relacionadas con las situaciones que aborda Guía de Orientación para la Intervención en Situaciones Conflictivas y de Vulneración de Derechos en el Escenario Escolar.

Realidades locales maquetadas, ellas son lo que los datos sistematizados informan. Realidades locales deducidas de los principios de una Guía de Orientación.

Juan es un niño de 10 años que vive en una zona rural de la periferia mendocina. Dos veces por año Juan se ausenta de la escuela para colaborar con la cosecha de la uva en la que trabaja su padre. La economía doméstica sobrevive en una estructura de colaboración entre sus miembros. Juan se ausenta unos días y asiste todos los demás. Le gusta escribir, lo hace fluidamente. Unos días menos en la escuela, unos días de trabajo conjunto que garantizan la sobrevivencia familiar en condiciones de explotación de los propietarios de viñedos y de un profundo desamparo social. La Guía de orientación lo denomina vulneración de derechos.

“La existencia persevera en su ser”, escribía Spinoza. La vida precarizada de la familia de Juan persevera en su existencia armando red colaborativa.

Comunicado 2: Se comunica a la maestra que Lucas faltó dos días a la escuela estas últimas dos semanas y 17 días en lo que va del año. Se comunica a la maestra de Lucas lo que ella constata. Se comunica. ¿Quién comunica? Un algoritmo: Conjunto ordenado y finito de operaciones que permite hallar la solución de un problema. (más adelante veremos en qué medida eso que llaman problema en verdad suprime los problemas). Sus atributos: exactitud, definición precisa, completud, legilibilidad.  ¿A quién se comunica? A un receptor de data entry.  Dos asuntos a pensar: el devenir maquínico del sujeto (solo somos unidad de información). El devenir comunicable y solo comunicable de toda señal ambiente. La cuestión es que al cálculo se le escapa la esfera barrosa de lo social. Su mecanismo es la selección y reducción de la complejidad y justamente es la complejidad la cualidad que desafía al acto creativo. Resonancias, elucubraciones, tentativas son las vías de acceso a la complejidad.

Hipótesis.  Solo lo comunicable puede comunicarse. Sólo lo “incomunicable” puede pensarse y ramificarse. Los acontecimientos codificados (sistema de señales o signos que se utilizan para poder transmitir un determinado mensaje) actúan en el proceso comunicativo como información; los no codificados como interrupción.

He aquí el gran problema. Si Spinoza está en lo cierto, no sabemos nada de nuestra capacidad de afectar y ser afectados por fuera de un campo de relaciones  sinuosas, opacas, indeterminadas. Por lo tanto es la relación con lo no codificable lo que nos permitirá experimentar de qué somos capaces. La potencia es ilimitada.

Modos de expresión de lo incomunicable

Lo incomunicable 1: Lucas asistió ocho días. Lucas es curioso, Lucas escribe cuentos de terror. (Es incomunicable en términos de códigos de significación. Que Lucas escriba cuentos de terror no importa como dato de rendimiento escolar ni cuantificación del nivel de lectura sino solo como disparador a ideas que pudieran multiplicarse)

Lo incomunicable 2:  Lucas está apocado, apenas sonríe en clase. Mira hacia la ventana como esperando una señal (no le importa al algoritmo).

Lo incomunicable 3: Lucas se engripó, faltó dos días. Lo extrañamos.

El algoritmo no registra lo imprevisible. No registra todas las capas eventuales que rodean un suceso. No registra señales de posibles. No registra la ambivalencia de los mundos afectivos. El algoritmo cristaliza. Las cosas, en cambio, son movientes.

Lo incomunicable 4: Lucas escribe sus cuentos de terror en clase, en el recreo, a la noche en su casa.

Lo incomunicable 5: la maestra de Lucas toma nota de este registro sensible no computarizado. Se le ocurre una idea: leerles a sus alumnxs un fragmento de “Chico sucio”, cuento de Mariana Enriquez.

Hay algunas claves para poder moverse con tranquilidad en este barrio y yo las manejo perfectamente, aunque, claro, lo impredecible siempre puede suceder. Es cuestión de no tener miedo, de hacerse con algunos amigos imprescindibles, de saludar a los vecinos, aunque sean delincuentes —especialmente si son delincuentes—, de caminar con la cabeza alta, prestando atención.

El algoritmo no sabe de argucias. Argucia de la maestra argucias de los personajes del cuento

En Constitución la gente de la calle está más abandonada… Frente a mi casa, en una esquina que alguna vez fue una despensa y ahora es un edificio tapiado para que nadie pueda ocuparlo…, vive una mujer joven con su hijo.  El hijo debe tener unos cinco años, no va a la escuela y se pasa el día en el subterráneo, pidiendo dinero a cambio de estampitas de San Expedito. Lo sé porque una noche, cuando volvía a casa desde el centro, lo vi en el vagón. Tiene un método muy inquietante: después de ofrecerles la estampita a los pasajeros, los obliga a darle la mano, un apretón breve y mugriento. Los pasajeros contienen la pena y el asco:  La gente le da la mano y le compra la estampita. Él tiene el ceño siempre fruncido y, cuando habla, la voz cascada; suele estar resfriado y a veces fuma con otros chicos del subte o del barrio de Constitución.

El algoritmo no sabe de atenciones sutiles ni de qué cosas afectan a cada quien. El algoritmo es incapaz de registrar gestos. Por ejemplo los de asombro e inquietud de esos pibxs que escuchan la narración.

Una noche, caminamos juntos desde la estación de subte hasta mi casa. No me habló, pero nos acompañamos. Le pregunté algunas tonterías, su edad, su nombre; no me contestó. No era un chico dulce ni tierno. Cuando llegué a la puerta de mi casa, sin embargo, me saludó.

—Chau, vecina —me dijo.

—Chau, vecino —le contesté.

El algoritmo no sabe de compañías insólitas, nada le falta, nada añora. Lxs otrxs no pertenecen a su universo .

Una noche, después de cenar, sonó el timbre. Raro: casi nadie me visita a esa hora. Salvo Lala, alguna noche que se siente sola y nos quedamos juntas escuchando rancheras tristes y tomando whisky. Cuando miré por la ventana a ver quién era —nadie abre la puerta directamente en este barrio si suena el timbre cerca de la medianoche— vi que ahí estaba el chico sucio. Corrí a buscar las llaves y lo dejé pasar. Había llorado, se le notaba en los surcos claros que las lágrimas habían marcado su cara mugrienta. Entró corriendo, pero se detuvo antes de llegar a la puerta del comedor, como si necesitara mi permiso. O como si tuviera miedo de seguir adelante.

El algoritmo no sabe de estómagos estrujados de miedo.

—¿Qué te pasó? —le pregunté.

—Mi mamá no volvió —dijo.

Tenía la voz menos áspera pero no sonaba como un chico de cinco años.

El algoritmo no registra resonancias ni disonancias. Ellas son nebulosas e incalculables

¿Te dejó solo?

Sí, con la cabeza.

—¿Tenés miedo?

—Tengo hambre —me contestó. Tenía miedo también, pero ya estaba lo suficientemente endurecido como para no reconocerlo frente a un extraño que, además, tenía casa, una casa linda y enorme, justo enfrente de su intemperie.

El algoritmo no sabe lo que puede un cuerpo a la intemperie

—Bueno —le dije—. Pasá.

—¿Adónde fue tu mamá?

Se encogió de hombros.

—¿Se va seguido?

Otra vez se encogió de hombros. Tuve ganas de sacudirlo y enseguida me avergoncé. Necesitaba que lo ayudase; no tenía por qué saciar mi curiosidad morbosa. Y, sin embargo, algo en su silencio me enojaba.

El algoritmo no sabe de emociones encontradas ni huele ni saborea

Quería que fuera un chico amable y encantador, no este chico hosco y sucio que comía el arroz con pollo lentamente, saboreando cada bocado, y eructaba después de terminar su vaso de Coca-Cola que sí bebió con avidez, y pidió más. No tenía nada para servirle de postre, pero sabía que la heladería de la avenida iba a estar abierta, en verano atendía hasta después de la medianoche. Le pregunté si quería ir y me dijo que sí, con una sonrisa que le cambiaba la cara por completo; tenía los dientes chiquitos y uno, de abajo, se le estaba por caer. Me daba un poco de miedo salir tan tarde y encima hacia la avenida, pero la heladería solía ser territorio neutral, casi nunca había robos ahí, tampoco peleas.

El algoritmo no sabe de problemas porque los problemas desbordan los datos. El algoritmo alerta cuando una interferencia descalabra la maquinaria. El algoritmo sabe de signos transparentes. Los problemas son nuestros, son la antesala de una investigación y como lo sugiere Deleuze tienen la solución que  merece su formulación.

El problema se dibuja trazando tentativas que escuchan cuerpos a la intemperie, emociones encontradas, argucias, disponibilidades y repliegues, disonancias, maniobras de supervivencias, fuerzas pujantes, insistencias y deserciones.

El problema es una hipótesis entre tantas, abre una zona de pruebas, se desplaza hacia nuevos problemas. Una maestra cita a una madre de un niño tipificado como violento. La secretaria de la escuela presente en la entrevista abre el libro de actas y procede a tomar nota cual taquígrafo de tribunal. De pronto la madre comienza a relatar los avatares de su vida, trabajos múltiples precarizados, sostén de hogar, parejas violentas. La secretaria deja de tipear, la maestra abandona la distancia diagnóstica y propedéutica y se abre a una conversación. El motivo de la entrevista ya preestablecido se desplaza a una zona gris que bucea en fronteras difusas pero en compañía.

Lo incomunicable 6: Lucas levanta la vista. Seño…en mi cuento también hay un chico sucio.

¿Será el mismo? Acota la maestra.

Propongo una disputa entre lo comunicable y lo incomunicable, ninguna revolución con mayúsculas. Encontrarle el talón de Aquiles a todo eso que al aplastar existencias reales y efectivas, no anuncian ninguna mutación expansiva

Ninguna de las dos es una actitud sensata. La idea de “seguir con el problema” se impacienta especialmente con dos respuestas a los horrores del Antropoceno y el Capitaloceno que oigo con demasiada frecuencia. La primera es fácil de describir y –creo– de descartar: se trata de la fe cómica en las soluciones tecnológicas. De alguna manera, la tecnología vendrá al rescate de sus traviesas pero astutas criaturas o, lo que vendría a ser lo mismo, Dios vendrá al rescate de sus desobedientes pero siempre esperanzadoras criaturas. Ante esta conmovedora estupidez sobre las soluciones tecnológicas (o el tec- no-Apocalipsis), a veces es difícil recordar que sigue siendo impor- tante el sumarse a proyectos tecnológicos situados y a sus gentes. No son el enemigo, pueden hacer muchas cosas importantes para seguir con el problema y generar raros parentescos generativos.

La segunda respuesta, más difícil de descartar, es probablemente aún más destructiva: concretamente, una posición en la que se da por terminado el juego, en la que es demasiado tarde y no tiene sentido intentar mejorar nada, o al menos no tiene sentido tener una con- fianza activa recíproca en trabajar y jugar por un mundo renaciente.

Nuestra tarea es generar problemas, suscitar respuestas potentes a acontecimientos complejos, desconcertantes. Aquietar aguas turbulentas y reconstruir territorios vivibles.

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[1] Este texto corresponde a un capítulo del libro Pedagogía de la interrupción de Silva Duschatzky. Editado por Paidos. Agosto 2024. Buenos Aires

[2] Anders, G. la obsolescencia del hombre ( Vol I). Sobre el alma en la época de la segunda revolución revolución industrial. Pre-Textos. Valencia 2011

[3] En su célebre ensayo Tesis sobre la filosofía de la historia, Walter Benjamin, inspirado por la lectura cabalística de su amigo Gershom Scholem,7​ dejó escrito:

Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se muestra a un ángel que parece a punto de alejarse de algo que le tiene paralizado. Sus ojos miran fijamente, tiene la boca abierta y las alas extendidas; así es como uno se imagina al Ángel de la Historia. Su rostro está vuelto hacia el pasado. Donde nosotros percibimos una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única que amontona ruina sobre ruina y la arroja a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado, pero desde el Paraíso sopla un huracán que se enreda en sus alas, y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras los escombros se elevan ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso.

TESIS IX

[4] La expresión puesta en abismo viene del francés mise en abyme. Fue introducida en 1893 por André Gide para referirse a una técnica literaria que consiste en narrar una historia desde distintos niveles narrativos. Esto es, una historia contiene dentro otra historia, esta segunda contiene una tercera y así hasta el infinito, de ahí que la expresión “abismo” aluda a una estructura que no podría tener fondo, como las muñecas rusas, que contienen dentro de sí otras muchas muñecas o el cuadro dentro del cuadro. Véase Gide . A, Les faux-monnayeurs, París, Gallimard, 2006, pp. 308-309.  Traducción de Alejandro merlín.

Silvia Duschatzky

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