Son tiempos complejos en Argentina, en los que se pone en cuestión la potencia de la educación en la construcción política y cultural de nuestra sociedad. O tal vez por esa potencia, se la combate. Proponemos, más que nunca, profundizar una posición de disidencia. Hacer de nuestro trabajo una acción política que deje marcas de desacuerdo en la piel de sujetos e instituciones.
Se trata de poner en valor las acciones educativas cotidianas y posicionamientos docentes en las intervenciones educativas no individualizantes, no meritocráticas.
Nuestros gestos son políticos, a menudo disruptivos, contraculturales. Hacen de las escuelas y universidades, espacios democráticos, que alojan. Tal vez por eso se las ataca, porque habilitan procesos emancipatorios, de encuentro entre diferencias, de conformación de “lo común”.
Una dimensión institucional democratizadora.
Estas transformaciones institucionales se vienen promoviendo en las últimas décadas a partir de políticas educativas y de marcos normativos democratizadores, desde la Ley Nacional de Educación Nro. 26.206/06 en adelante, generan modos de enseñar, aprender, convivir y construir institucionalidad de maneras horizontales y atentas a la garantía de los derechos de niños, niñas y adolescentes (Ley Nro. 26.061/05).
Así, nuestras instituciones educativas vienen incorporando progresivamente formas horizontales de construir la convivencia y acuerdos con participación estudiantil (Ley Nro. 26.892/13), una educación sexual integral que se dispone a la escucha de sus experiencias y al acompañamiento y promoción de las diferencias (Ley Nro. 26.150/06). Así también, se han desplegado de múltiples formas, modos de cuidado de los sujetos, la construcción de espacios habitables, el lazo en relaciones pedagógicas habilitadoras, el ejercicio de una autoridad docente que escucha, atendiendo aquello que nos “acomuna” así como problemáticas y dificultades singulares.
Aún cuando quede mucho por hacer, el camino ha sido bosquejado.
La conflictividad, el desconocimiento.
La emergencia de conflictividades en el cotidiano escolar sigue siendo motivo de inquietud y de interrogantes. Lo que acontece en las escuelas no es ajeno a lo que vivimos como sociedad bajo premisas de injusticia y desigualdad: ¿de qué modo enfrentar políticas y palabras de odio, de desconocimiento, de desvínculo, de ausencia de cuidado? Y en las prácticas cotidianas, ¿cómo desplazarse de un paradigma de patologización y criminalización que pone el foco en el “sujeto problema” hacia formas que promuevan el lazo y el sostén de lo común, a partir de los conflictos?, ¿de qué modo intervenir institucionalmente para generar condiciones democratizadoras de los vínculos en las escuelas?
El tiempo actual nos empuja a la disidencia activa, al desacuerdo con lo que vulnera el lazo que nos reúne, al enfrentamiento con paradigmas que hacen de la educación un objeto mercantilizado.
Educación y democracia van juntas. Entrelacemos sus sentidos, en cada gesto, en cada acto, en cada práctica que enseña democratizando.